Durante las últimas semanas, hemos vivido con disturbios y amenazas desde violencia, muertes, enfermedades, por mencionar algunas. Esto provocó en mi, mientras tomaba una ducha, el reflexionar. Me sentía triste, decepcionada y desesperada, comencé a dudar sobre la humanidad de las personas, ¿Será que ya perdimos la sensibilidad, el contacto con la vida y la verdadera razón de existir? Luego de unos minutos de silencio, sentí cómo las gotas de agua despertaban mi sensibilidad y me recordaban del milagro de la vida. Mi actitud cambio completamente. Me sentía agradecida de estar viva, de poder sentir la sensación de las gotas de agua y sentir su energía nutriendo mi piel. Así que hoy decidí compartir con ustedes la reflexión que tuve sobre el agua y su relación con los caminos de la vida.
El viaje del agua sobre la tierra puede ser un espejo de nuestros propios caminos en la vida. El agua comienza su residencia en la tierra cuando cae del cielo, se derrite del hielo o ya sea que nazca en cimientos naturales que vienen de la tierra. De la misma manera, entramos en el mundo y comenzamos nuestras vidas en la tierra, de una forma divina y perfecta. Como un río que fluye dentro de los límites de su cauce, nacemos con ciertas características que gobiernan nuestra identidad. A lo largo de nuestras vidas encontramos obstáculos, curvas y diversas situaciones que nos enseñan y forman. Al igual que las rocas, curvas y características de la tierra, forman al río.
El agua es un gran profesor. Nos muestra como movernos a través del mundo con tolerancia, facilidad, determinación y humildad. Cuando un río cae en una cascada, gana energía y se mueve apasionado, como cuando caemos en nuestras propias cascadas, que puede parecer como una caída catastrófica pero realmente es en estas caídas cuando nos renovamos y continuamos viviendo con pasión. El agua puede inspirarnos a no ser tan rígidos, a no tener miedo y a no aferrarnos a cualquier cosa o situación porque estamos en constante movimiento.
El agua es valiente y no pierde el tiempo aferrándose a su pasado, sigue su curso hacia adelante sin mirar atrás. De la misma manera, podemos aprender a hacerle frente a esos momentos oscuros que pasamos en nuestras vidas y lo más importante, todo pasa y debemos seguir adelante.
Eventualmente, un río vaciará en el mar. Éste, no teme unirse con un cuerpo fluvial más grande, ni teme una pérdida de identidad o de control. Agraciado, cae humildemente en la inmensidad, contribuyendo su energía y combinándose sin resistencia. Cada vez que nos movemos más allá de nuestros egos individuales para formar parte de algo más grande, nos enriquecemos y así, contribuimos a la armonía de nuestro alrededor.
Si logramos valorar la naturaleza, nos vamos a dar cuenta que toda ella es un ejemplo de inspiración y modelo para nuestras vidas. Encontrar una metáfora personal que nos inspire, puede motivarnos a reencontrar nuestra humanidad, razón de existir o por lo menos, nos distraemos de lo negativo y de toda la violencia en la que vivimos.
A continuación les quiero compartir un último pensamiento. Cuando veo a mi alrededor, noto cómo el cielo pasa de un azul brillante a un gris nublado. Esto me recuerda al cambio de humor por el que cada uno pasa. Las nubes las relaciono con los pensamientos; aparecen, cambian forma, pasan y desaparecen, como si tuvieran un destino pero en realidad es algo tan perfecto y misterioso que no logramos entender o explorar por completo. El cielo en sí, es como aquella iluminación eterna (felicidad, heaven, nirvana) que cada uno busca.
Espero que hayan disfrutado de esta reflexión tanto como yo la disfruté, le deseo a cada uno de los lectores, mi más alto deseo por que encuentren aquella fuente de felicidad eterna y puedan sentirse, verdaderamente, hombres y mujeres, libres.
Con respeto y responsabilidad todos podemos convivir en armonía,
Namasté.